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                Vicisitudes de un piscinero incipiente



Introducción

Todo se remonta a cuando comenzamos a buscar una casa de segunda mano allá a finales de 2002, huyendo del mini-piso de 60m2 sito en El Born de Barcelona, al que cariñosamente llamaba "la cuevita". No buscábamos una casa CON piscina, sino una casa a secas, pero quiso el azar que la que encontramos dentro de nuestras posibilidades y gustos venía con piscina incluida. "Bueno -nos dijimos- mejor, que mejor, así nos refrescaremos en verano". ¡Qué ilusos! Todavía desconocíamos el significado de la tristemente célebre expresión "piscina heredada".

Uno de los primeros días de la estancia en la casa, me aventuré a bajar a las catacumbas, digo, la sala de máquinas y me topé con estas beldades y antiguallas, muy buscadas y cotizadas en el mercado de valores.

Un moderno cuadro de mandos con instrucciones inequívocas:

Y esa cosa naranja que con el tiempo aprendería a llamar "filtro de sílex".

                             Primeros pasos

En las paredes la piscina tenía azulejos kitsch años 70 y el suelo estaba pintado de azul. Decidimos quitar la pintura, poner gresite SÓLO en el suelo (el presupuesto no daba para más) y llenarla para disfrutarla el verano de 2003. Como es de suponer, teníamos muchos otros arreglos que hacer en la casa (ventanas y puertas nuevas, transformación del garaje en estudio, etc, la lista es interminable) y la piscina sólo era un elemento en una larga lista de "cosas por hacer".

Por aquel entonces, navegando por Internet, supe de la existencia de un sitio web llamado "Piscines Filtragua" cuya tienda física estaba a una media hora en coche de nuestra casa. "Perfecto -me dije- llamaré para preguntar qué debo hacer, seguro que es pan comido" ¡¡¡Craso error!!! Nada más hablar con José María (JM) me dijo que no era buena idea dejar los azulejos y poner gresite en el suelo, pero tras saber de nuestras imposibilidades económicas nos sugirió que quitáramos la pintura del suelo con una chorreadora de arena. "¿Una choqué?", atiné a preguntar, atónito. A partir de aquel día, nuestra vida cambió por completo: el vocabulario piscinero pasó a convertirse en la jerga diaria.

Alquilamos la chorreadora de arena con su correspondiente compresor, me embutí lo que a todas luces parecía un traje de astronauta con casco incluido y comencé a chorrear la pintura. Tras tres días de ruido insoportable, visión nublada (al chorrear quedas envuelto en una nube de polvo), fátiga crónica (el horario era de 7 de mañana a 9 de la tarde), la pintura desapareció por completo. Lo peor fue la limpieza: los alrededores de la piscina parecían una playa hecha y derecha. Nos planteamos la posibilidad de dejar la "playa", pero al final cambiamos de idea. Por desgracia, no conservamos fotos de tan bella visión.

Para colocar el gresite llamé a un conocido, una especie de "chapucillas a domicilio" que se pasaba más tiempo bebiendo cerveza y contándome sus penas que trabajando. El "melenitas" (apodo cariñoso que respondía a sus largos rizos) nos aseguró que ya había colocado gresite una vez. Cuando vio que el gresite que compramos era el que va recubierto de papel, dijo: "Bueno, ése no lo he puesto nunca, pero no pasa nada, seguro que es fácil". Cuando un albañil dice algo así, hay que prepararse para lo peor.

Y así fue: una vez colocado el gresite, el "melenitas" enfermó (cuán casual) y nunca más supimos de él, así que nosotros retiramos el papel: ¡Oh, horror de los horrores! Aquello eran promontorios de cemento cola coronados de gresite torcido. No había ni una línea recta. En un momento dado, llegué a pensar que las líneas sinuosas y los laberintos de gresite escondían un mensaje secreto del "melenitas", algo tipo: "¿Lo ves? Ya te dije que era fácil".

Aquel desastre necesitaba un remedio inmediato; era finales de junio y el calor comenzaba a apretar. Llamamos a un amigo y nos recomendó a unos albañils holandeses que al ver el desastre dijeron: "No podemos arregrarlo; hay que repicarlo todo y volver a colocarlo". No había tiempo ni dinero para esa operación, así que otro amigo nos trajo a dos albañils magrebíes que, punzón y destornillador en mano, estuvieron CINCO LARGOS y CALUROSOS DÍAS repicando todos los sobrantes de cemento cola. ¡Nunca había visto tal martirio en mi vida! ¡Jamás olvidaré el día que el "melenitas" me aseguró que sabía colocar gresite! Sin embargo, aquello tuvo un final feliz: tras colocar la borada, llenamos la piscina y la disfrutamos todo lo que quedaba de verano.

Pero... lo peor estaba por llegar. Si quieres seguir sabiendo de nuestras desventuras, haz click aquí:
Días de tormenta y destrucción.

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